Durante el reinado de Decio en la ciudad de Esmirna, el día segundo del mes séptimo, un sábado mayor, la furia de la persecución se descargó sobre Pionio, Sabina y Ascletiades, cuando celebraban el natalicio de Policarpo, y también sobre Macedonia y Leno. Palemón, el neócoro o intendente del templo acompañado de una turba de esbirros, que los jueces habían contratado para prender a los cristianos, los llevaron a la plaza y en medio de este altercado de palabras, vieron que Sabina se reía, y como amenazándola le dijeron: ¿Te ríes? Respondió ella: “Me río, así lo quiere Dios, porque somos cristianos y felices por esto”. Entonces le dijeron: Tendrás que sufrir por lo que sabes, porque las que no quieren sacrificar se les destina a los lupanares y allí hacen compañía a las meretrices y son ganancia para los rufianes. Ella respondió: “Sea lo que Dios quiera”. Pero no fueron sacrificados aquel día, sino llevados todos a la cárcel y encerrados en la parte más oscura de la prisión, a fin de que privados de todo socorro y de toda luz, tuvieran que soportar todo género de molestias por el lugar tenebroso y mal oliente de la cárcel. En aquel lugar parecía que habían desaparecido del mundo; mas ellos se ocupaban en entonar himnos a Dios.
Sabina mártir ante el Neócoro.
