En el siglo primero en la tierra donde vivió Jesús hay constancia de que se utilizaban cuatro lenguas: arameo, hebreo, griego y latín.
El idioma más normal para uso diario entre los judíos de Galilea en tiempos de Jesús era el arameo, por lo que es probable que Jesús lo utilizara en sus conversaciones ordinarias y en la predicación de su enseñanza y parábolas, además el arameo es un dialecto semítico que hablaban los judíos después del regreso del cautiverio de Babilonia y era la lengua oficial de los persas.
El lenguaje hebreo era empleado para las cuestiones religiosas y sagradas, como la lectura de la palabra, seguramente cuando Jesús citaba la palabra y daba sus enseñanzas en las sinagogas, lo hacía en hebreo.
El griego en cambio se utilizaba para asuntos oficiales entre los líderes del país en su relación con los romanos, pues al ser estos gente bien instruida y culta conocían dicho idioma, Jesús pudo haber conocido ciertas expresiones y palabras. El apóstol pedro la utilizaba cuando se dirigía a ellos como dicen las escrituras en Hechos 21:37.
Por ello, Jesús al ser hijo de Dios sin duda sabia todos los idiomas, pero se adecuó al momento y situación en donde vivía, hablando a cada persona el lenguaje adecuado para que entendieran. Sin duda alguna, el Hijo de nuestro Creador nos legó un poderoso lenguaje a través de su palabra, un lenguaje universal que impacta enormemente para transformar y regenerar la vida: el amor, la paz y la esperanza.
