¿Quién tiene la culpa los padres o los maestros?

En la escuela tenemos un problema gordo de mala educación. No son todos los críos, pero es un grupo significativo. En una clase suele haber cuatro o cinco cuyo comportamiento es malo: interrumpen cuando habla alguien, sea el maestro o un alumno, sin pedir permiso; no escuchan cuando hablas y luego te preguntan qué has dicho sin levantar la mano y sin esperar su turno, si hay otros con la mano levantado o hablando contigo; se levantan cuando se lo pide el cuerpo para ir a la otra punta de la clase a decirle algo a un amigo que no puede esperar; o deciden no hacer nada porque no les apetece. El problema es que son actitudes contagiosas que, si no cortas, se reproducen con una velocidad pasmosa y acaban afectanto al resto de alumnos, que se suman a la algarabía general. A eso que hay que sumarles que los padres de estas criaturas siempre consideran que su hijo es santo o lo justifican diciendo que son cosas de críos sin importancia. Está claro que el hecho de que sus hijos sean unos maleducados no tiene ninguna importancia para ellos, o que perdieron la batalla hace mucho tiempo.

Cortar estas conductas requiere mucha paciencia, repetir las cosas muchas veces durante muchas horas y durante muchos días y, cuando ves que no hay manera de que por la buenas te hagan caso, utilizar el refuerzo negativo, es decir, los castigos. El más socorrido, nada lesivo y que no deja secuelas, es dejar sin patio. Castigo que yo jamás he aplicado sin tratar de solucionar por la buenas, es decir, utilizando la vía del refuerzo positivo, y llevando mi paciencia hasta límites que no creía que pudiera llegar. Castigo que solo uso tras haber agotado todas las opciones predicadas por la pedagogía del buenismo y ver que ninguna ha funcionado.

Os cuento un ejemplo. Un día llamé a un crío la atención cinco veces en veinte minutos. Debo añadir un detalle importante, ni era el primer día que le llamaba la atención muchas veces, ni el segundo, ni el tercero. También había hablado con la madre y con él varias veces ya. Primero le llamé la atención por no haber terminado en casa la tarea que había puesto en el cole y no hacer caso mientras corregíamos (pongo entre muy pocos deberes y ninguno y ese día solo había que acabar un ejercicio en casa); después , por estar hablando con un compañero mientras yo explicaba; luego de eso, por levantarse sin permiso y preguntarme una cosa mientras seguía explicando, en vez de levantar la mano y esperar su turno; más tarde, por no ponerse a trabajar cuando había terminado de explicar y; finalmente, por algo que ya ni siquiera recuerdo. Después de la quinta llamada de atención en menos de media hora le castigué sin patio, no sin haberle avisado previamente de ello cuando alcanzara los tres avisos (finalmente fueron cinco), a hacer lo que sus compañeros habían hecho y él no, es decir, terminar la tarea que no había hecho durante toda una hora, para poder descansar luego.

(Los defensores a ultranza del patio y su sacralización me dirán ahora que es un tiempo vital para los críos y muy necesario ese descanso para poder seguir aprendiendo. Yo me pregunto qué descanso necesita un crío que lleva toda la mañana sin pegar un palo al agua.)

¿Os imagináis la conducta de este crío extrapolada al resto de sus compañeros? Es decir, que en en 20 minutos tuviera que decirle a todos mis alumnos, veintisiete, todas las llamadas de atención que le di a uno. Con un simple cálculo me sale que tendría que estar pidiendo silencio o atención cada diez segundos. No hay ser vivo en este planeta que aguante eso. Ni clase que no salte por los aires.

Pues bien, hay padres a los que no les gusta que, si su hijo no da un palo al agua, no te hace caso y además se dedica a hablar y molestar al resto de compañeros e interrumpirte cuando le viene en gana, o levantarse para coger un dibujo que estaba haciendo en plástica sin pedirte permiso y sin acabar la tarea, les dejes sin patio como refuerzo negativo, porque el patio es fundamental para su desarrollo. La educación, visto lo anterior, es algo secundario. Debes hablar con ellos, volver a hablar, hablar con los padres, volver a hablar y observar como, después de meses, no mejora ni cambia nada, porque el problema está en casa, lugar donde no les ponen ningún límite y desde el que no nos dejan ponérselo. Porque en el cole no se puede hacer nada. Nada debe frustrar mínimamente a un niño. ¿Qué es eso de no dejar salir a un niño al patio? Los niños tienes todos los derechos y, algunos, parece ser que ningún deber.

Es curioso cómo ciertos padres continuamente nos dicen a los a maestros lo que tenemos que hacer en el aula: no poner deberes, no dejar sin patio, no levantar la voz… Pero son incapaces de decirles a sus hijos lo que no tienen que hacer en el aula: escuchar al profesor, hablar cuando sea su turno, no interrumpir a los demás, no hablar con sus compañeros cuando es tiempo de trabajar… Y tampoco nosotros, los maestros, podemos decirles a ellos cómo criar a sus hijos: que se acueste pronto, que coma bien, que repase en casa lo que ha hecho en el cole, que no use el móvil todo el día, que no se pase la tarde delante de la tele…

Es decir, no saben criar a sus hijos con modales, educación y respeto, pero nos intentan enseñar a nosotros, los que intentamos inculcar esos valores con los que ya muy pocos vienen de casa, lo que tenemos que hacer en el aula, cuando está claro que la cosa está fallando por la parte de casa, no del colegio.

En el cole donde trabajo ahora me han dicho que hay padres que se han quejado de que he castigado a sus hijos sin patio. Una vez. Una sola vez en dos meses de colegio. Una sola vez después de reiteradas faltas de comportamiento que no van a mejor. Me dicen que no es pedagógico, que hay otras vías (las he gastado todas) y que el patio es un momento fundamental para ellos. Para eso van al cole, debe ser, para salir al patio. Lo de aprender valores, contenidos y modales es algo secundario, mientras salgan al patio. ¿Por qué castigo de vez en cuando y por qué voy a seguir haciéndolo? Porque funciona. Porque, en su justa medida, provoca un cambio de comportamiento que, de otra manera y por mucho que se insista, no se consigue por las buenas (y además dura, al contrari de lo que afirman los pedabobos) Y porque además es legal que lo haga, porque aparece hasta recogido en el currículum de primaria y nunca lo he empleado en la magnitud que establece, sino siempre muy por debajo y después de muchos avisos y advertencias. Y también estoy educando así, de hecho, estoy enseñando algo fundamental, que es que cuando uno incumple las normas no hay palmaditas en el hombro y promesas de mejora, sino consecuencias y sanciones.

Si esos padres que tanto tienen que criticar sobre el profesor de sus hijos porque les obliga a trabajar y les castiga sin patio, perdieran un poquito de tiempo cada día en educarles para que respetaran a los demás y no hicieran lo que les viniera en gana, otro gallo nos cantaría. El problema es que ellos no saben cómo ponerles límites y pretenden que los demás tampoco se los pongamos. Y el problema crece día a día y se hace bola. Cada día entran más en el aula, pero no dejan que nosotros les digamos lo mínimo sobre su labor en casa. Cosa que no deja de resultarme la mar de llamativa.