Así es tu personalidad según 10 formas de usar WhatsApp

Cuando hablamos en persona con alguien nos damos cuenta de si es tímido, lanzado, presumido, borde, educado o un plasta, y exactamente lo mismo ocurre cuando nos relacionamos con nuestros contactos de WhatsApp. El modo en que nos expresamos en esta popular aplicación de mensajería —si te fijas, no todos la usamos igual— es un fiel reflejo de nuestra personalidad. Así eres según guasapees.

  1. Corriges todo el rato lo que te cambia corrector. Andar enmendando constantemente lo que esta función ha tergiversado prueba dos cosas: una, que eres un tiquismiquis de narices; la segunda, que piensas que los demás somos tontos y no hemos entendido lo que querías decir. (Con una salvedad: hay cambios del corrector que sí conviene aclarar; no es lo mismo decir “Tengo ganas de contarte” que “Tengo ganas de botarte”).
  2. Divides una frase en cuatro mensajes. “Ok pues contad conmigo”, “Para el viernes”, “Así os veo”, “Besos”: ejemplo real de hasta dónde puede llegar la pesadez del ser humano. ¿Qué costaría escribirlo todo del tirón? Pero claro, si lo hicieras así no serías el pelmazo insidioso que presumes de ser, el típico que llama todas las noches al timbre del vecino para pedirle huevos, ajos o un limón, o que disfruta tocando el claxon varias veces en cuanto el semáforo se pone en verde.
  3. Te crees Cervantes y mandas mensajes de 20 líneas. Es todo lo contrario de lo anterior. Si se inventó esta aplicación es para estimular la concisión, tipo “Estoy llegando”, “Ya salgo” o “Gracias”. Si quieres enrollarte más, manda un email. Pero entonces no serías tú, una persona que exige que los demás le dediquen tiempo y a la que le gusta exhibirse y llamar la atención. Seguro que vistes de Desigual de pies a cabeza.
  4. Tiras solo de mensajes de voz. Hay gente a la que le cuesta hablar en público; no es el caso de estos charlatanes que van por la Gran Vía en hora punta con el móvil pegado a la boca soltando un speech. Si te identificas con ellos, eres un comodón, piensas solo en ti y al otro, que a lo mejor recibe tu mensaje de “Estoy muy caliente, esta noche cuando llegue a casa te vas a enterar” en medio de una reunión en la sala de juntas, que le den dos duros (la opción de ponerse el aparato en la oreja no garantiza privacidad: algunos hablan muy alto).
  5. Tiras solo de emojis. No cabe duda de que estos iconos son necesarios muchas veces para matizar el tono de lo que estamos redactando, o simplemente mostrar que algo nos ha hecho gracia o nos entristece. Pero si te centras exclusivamente en el teclado de emojis es que para ti una imagen vale más que tres palabras y la vida es un chiste, una tira de cómic, un carnaval. Probablemente aplicas la misma norma en tus relaciones cara a cara, y te pasas la vida haciendo muecas, guiñando el ojo, sacando la lengua, una mezcla entre Jerry Lewis y un enloquecido jugador de mus.
  • 6. Cambias tu foto a diario (y tu estado). No hay duda: eres inconstante, voluble, hoy piensas blanco y mañana, negro. También es posible que no estés del todo satisfecho con tu aspecto y ninguna foto te parezca digna de enseñar. O que te sobre tiempo libre y no encuentres otra manera de ocuparlo que dedicando todos los días un rato a cambiar tu imagen de perfil. Si va acompañado de una modificación de tu estado, el diagnóstico se agrava, claro.
  1. Llevas con la misma foto desde 2015. Eres presumido, ya que en aquella foto de hace tres años te ves especialmente atractivo y no ves razón para quitarla, y puede que también seas viejuno: mejor esa instantánea que una actual, donde se aprecian lo que se conoce eufemísticamente como “signos visibles de la edad”. En un giro más radical algunos optan por poner una foto de su etapa escolar, seguros de que nadie va a ponerla a parir (¿quién diría algo malo de un niño?).
  2. Tu perfil dice: “Hey there! I’m using WhatsApp”. ¿Para qué personalizar las cosas si tal como vienen de fábrica están la mar de bien, no? Pasas por la vida sin hacer ruido. Jamás rellenarás un cuestionario de satisfacción en Amazon ni te sumarás a una recogida de firmas en change.org. Tu actitud tiene un punto de pereza: puede que incluso seas de los que no hacen la cama porque, total, luego la vas a deshacer.
  3. Copias los mensajes del otro para responderlos (tooodo el tiempo). La comunicación por WhatsApp debe ser como la convencional: ágil y fluida. Pero hay quienes se empeñan en recuperar tus mensajes de hace cinco minutos, copiarlos y contestarlos uno a uno, intercalándolos con la conversación en tiempo real, porque, claro, si no especifican no sabemos a qué están respondiendo. Esto no solo prolonga la charla más de lo estrictamente necesario sino que hace que vaya a trompicones. Resulta evidente: eres puntilloso y no te gusta dejar cabos sueltos.
  4. Usas demasiado el “Este mensaje ha sido eliminado”. Es frecuente guasapear a dos bandas (o más) y, por tanto, fácil que enviemos a Sonia el mensaje que queríamos mandar a Luis. Que este mensajito delator aparezca en el móvil del otro de vez en cuando, pase, pero que lo haga de forma reiterada hace que el receptor se coma la cabeza: “Aunque no fuese dirigido a mí, ¿tan gordo era como para borrarlo?” “¿Mi interlocutor es simplemente despistado o me oculta algo?” “¿Le pasará también al revés, es decir, le mandará a su jefe los mensajes de amor dirigidos a mí?”. Mejor no saberlo.