¿De donde proviene la celebración de año nuevo ?

La festividad de Año Nuevo no es de origen reciente. Según revelan inscripciones antiguas la fiesta comenzó en la Babilonia (actualmente Irak) alrededor del 2000 a.C. Sin embargo, los babilonios iniciaron su año nuevo cerca del final de lo que hoy es marzo, un tiempo lógico para empezar un nuevo año ya que el invierno había terminado. La celebración babilónica duraba once días, durante ella se hacían sacrificios, procesiones y ritos de la fertilidad.

Durante algún tiempo, los romanos también consideraron que el año empezaba en marzo, hasta que, en 46 a.E.C., el emperador Julio César decretó que diera comienzo el 1 de enero, un día ya dedicado según ello a Jano (el dios de los inicios).

Si bien el 1 de enero no tiene un significado agrícola o estacional, sí tenía uno civil. En esa fecha, los elegidos cónsules romanos asumían sus cargos. Es interesante saber que el mes de enero se llama así por el dios romano Jano, que tiene dos caras que pueden representar el mirar hacia atrás al año viejo y la otra mirando hacia adelante, hacia el nuevo.

La Biblia aconseja a los cristianos que anden decentemente, no en diversiones estrepitosas y borracheras, Romanos 13:-12-14: “La noche esta muy avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues las obras de las tinieblas, y vistámonos con las armas de la luz. Andemos como de día, honestamente; no en juergas y borracheras, no en fornicaciones y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor Yeshúa, y no  proveáis para la carne a fin de satisfacer sus concupiscencias”.

Como, por lo general, los mismos excesos que condena la Biblia son los que caracterizan las celebraciones de Año Nuevo, los cristianos no participan en ellas.

Lo anterior no implica que sean unos aguafiestas. Al contrario, saben que la Biblia manda a los adoradores del Dios verdadero en repetidas ocasiones, y por diversas razones, que se alegren de ciertas celebraciones. Las Escrituras también reconocen que la comida y la bebida suelen estar relacionadas con el regocijo, Salmo 104:15: Incluso el vino que alegra el corazón del hombre, el aceite hace brillar su rostro, y el pan que sustenta el hombre el corazón del hombre”.

No obstante, como hemos visto, las festividades de Año Nuevo hunden sus raíces en las costumbres paganas. La adoración falsa es inmunda, además de  detestable a los ojos de Yahweh, nuestro único y verdadero Dios, por ello,  sus siervos rechazan las prácticas con tales orígenes.

Los fieles a nuestro Señor también comprenden que tomar parte en ritos supersticiosos no garantiza la felicidad ni la prosperidad, sobre todo porque participar en tales celebraciones resulta desaprobada por el Creador de los cielos y la tierra, Eclesiastés 9:11: “Vi además debajo del sol que no es de los ligeros la carrera, ni de los fuertes la batalla, ni aún de los sabios el pan, ni de los que tienen entendimiento las riquezas, ni de los que tienen  conocimiento el favor, sino que el momento y la oportunidad  acontecen a todos”.

Por llamativas y atrayentes que resulten las celebraciones de Año Nuevo, las Escrituras nos dicen que dejemos de tocar la cosa inmunda y que nos limpiemos de toda contaminación de la carne y del espíritu.

Con información de Yajahira Valtierra, Veracidad News.