En el siglo II, Justino fue uno de los más distinguidos pensadores cristianos de su época, tenia una escuela en Roma donde enseñaba lo que el llamaba “la verdadera filosofía”, es decir el cristianismo.
El filósofo cínico Crescente le reto a un debate del que el cristiano salió a todas luces vencedor y al parecer su adversario tomo venganza acusándole ante los tribunales. En el año 163 Justino y seis de sus discípulos fueron llevados ante el prefecto Junio Rustico quien había sido maestro de filosofía del emperador. En este caso como en otros el juez trato de convencerlos acerca de la necedad de su fe, pero Justino le contesto que tras haber estudiado toda clase de doctrinas, había llegado a la conclusión de que la cristiandad era la verdadera y por tanto no estaba dispuesto a abandonarla, a lo que como era costumbre, el juez lo amenazo de muerte, ellos le contestaron que su más ardiente deseo era sufrir por amor de Jesucristo y por tanto si el juez les mataba les haría un favor. Ante tal respuesta el prefecto ordenó que fueran llevados al lugar del suplicio donde primero se les azoto y luego fueron decapitados.