El martirio de Policarpo.

Policarpo, fiel ministro del Evangelio, campeón de la más pura tradición apostólica, visitó Roma en el año 155 donde convirtió a la fe genuina de Jesucristo, a herejes valentinianos, marcionistas y disputó con el propio Marción. Cuenta la carta de un creyente llamado Germánico, quien una vez arrojado a las fieras, en vez de temblar ante ellas las excitaba. La multitud se maravillaba del valor de los cristianos, sin que por eso los miraran con más simpatía, antes, al contrario, el valor de Germánico excitó de tal manera a la muchedumbre que empezaron a gritar: ¡Matad a los ateos que traigan también a su jefe, Policarpo! Tres días antes de ser preso Policarpo tuvo una visión: “La almohada donde apoyaba su cabeza la vio rodeada de llamas”, “Voy a ser quemado por Jesucristo”, dijo proféticamente a los que se encontraban en su compañía. Uno de sus criados fue puesto preso, pero no soporta la tortura y denuncio donde se encontraba Policarpo, le avisaron oportunamente para que pudiera escapar y contestando a los que le suplicaban: ¡Cúmplase la voluntad de Dios! Cuando llegaron sus perseguidores les suplico que le concedieran un momento para consagrarse a la oración, así permaneció durante más de dos horas, con tal unción, que los que habían ido a prenderle, lamentaban la suerte de un hombre tan piadoso y tan venerable, después fue llevado a la ciudad montado en un borrico, antes de llegar a ella encontraron al primer ministro acompañado de su padre, procuraron hacerle vacilar en su fe vamos le decía, ¿qué mal puede venirte si te decides a sacrificar, pronunciando sencillamente estas palabras: Señor César? Policarpo permaneció silencioso, hasta que a los ruegos de sus acompañantes replicó: “Nunca seguiré vuestro consejo”, ellos enojados le arrojaron con tanta violencia al carro que le produjo una dislocación en el pie, “Oyese una voz del cielo que decía: “¡Esfuérzate Policarpo, ten valor!”.