El emperador Trajano e Ignacio de Antioquia.

En el año 111 d.C. El emperador Trajano que poco antes había escrito que no se persiguiese a los cristianos, pero que se les condenase si alguien les acusaba; ebrio dé orgullo, por su victoria contra los dacios proclamó un edicto ordenando, que los cristianos fuesen obligados a ofrecer sacrificios a sus dioses. Ignacio, esperando alejar la tempestad que amenazaba a su amada grey solicitó una audiencia con el monarca. Este la aceptó, pero en lugar de escuchar sus razones como juez, actuó como acusador, al final de la discusión Trajano dictó la siguiente sentencia: “Ordenamos que Ignacio, que afirma llevar consigo a un crucificado, sea preso y conducido a la gran ciudad de Roma para que sirva de espectáculo al pueblo y de alimento a las fieras”. Ignacio, al oír tal sentencia, exclamó, “Te doy gracias, Señor, porque has querido honrarme de un perfecto amor hacia Ti, y de permitirme, como tu apóstol Pablo, que sea yo atado con férreas cadenas”.