Pionio frente a Polemón antes de morir.

Un conmovedor relato de martirio en una de las siete iglesias de las cuales habla Apocalipsis en la ciudad de Esmirna, durante el reinado de Decio. Cuando celebraban el natalicio de Policarpo, y también sobre Macedonia y Leno. Hecha la oración se presentó Polemón el neócoro o intendente del templo, acompañado de una turba de esbirros para prender a los cristianos, apenas Polemón vio a Pionio y pronuncio estas palabras: ¿No sabéis que hay un público edicto del príncipe, por el cual se nos manda sacrificar a los dioses? Pionio dijo: Conocemos ciertamente este edicto, pero nosotros sólo obedecemos el mandamiento que nos dice obedecer y adorar a Dios. Neócoro dijo: Venid a la plaza pública para que os enteréis que es verdad lo que os digo, al llegar a la plaza Pionio después de un discurso volvió a decir, nosotros no adoramos a vuestros dioses ni recibimos con celeste veneración vuestras estatuas de oro. Los llevaron a la residencia oficial, allí la gente trataba de convencer a Pionio haznos caso a nosotros, pues tienes, muchas razones por las que te conviene vivir y gozar de buena salud, tú mereces vivir, no sólo por los méritos de tus costumbres, sino por la mansedumbre de tu carácter, bueno es vivir y sorber este hálito de la luz. Como le repitieron otras cosas a este tenor, dijo al fin: “También yo digo que es bueno vivir y gozar de la luz, pero de aquella que nosotros deseamos”. “Hay otra luz distinta de ésta por la que nosotros anhelamos, aunque no desconocemos, ingratamente, estos terrestres dones de Dios”. “Si los dejamos es porque deseamos otros mayores y por lo mejor despreciamos lo de acá”. “Por mi parte, yo os agradezco que me tengáis por digno de amor y de honor; sin embargo, sospecho en vosotros una asechanza, y siempre dañaron menos los odios declarados que las arteras caricias”. Llegado al estadio, antes de que el secretario de sesiones le diera la orden, él mismo se quitó sus vestidos y colocó sus miembros en el poste para que fueran atravesados por gruesos clavos. Al verle clavado el pueblo gritó: ¡cambia de sentir Pionio, y te quitarán los clavos, como prometas hacer lo que se te manda! Entonces él dijo: “Ya siento sus heridas y me doy cuenta de que estoy clavado, pero la causa principal que me lleva a la muerte es que quiero que todo el pueblo entienda que hay una resurrección después de la muerte”. Después de esto levantaron los troncos en que estaban clavados Pionio y el presbítero Metrodoro, pegaron fuego a la pira y echándole leña cobró fuerza la llama, crepitando devastadora por entre los ardientes troncos y Pionio con los ojos cerrados y tácita oración pedía a su Dios el último descanso, no mucho después abriendo los ojos miró con risueño rostro y diciendo, amén, encomendó su espíritu a aquel que había de recompensarle con el premio debido.