Jesús cura a un muchacho endemoniado

Al bajar de la montaña, Jesús, Pedro, Santiago y Juan se encuentran con mucha gente. Parece que algo no anda bien. Algunos escribas están alrededor de los otros discípulos y discutiendo con ellos. Cuando la gente ve a Jesús, se sorprende mucho y va corriendo a recibirlo. Al verlos, Jesús les pregunta: “¿Qué están discutiendo con ellos?” (Marcos 9:16).

Un hombre de la multitud se arrodilla ante él y le explica: “Maestro, yo te traje aquí a mi hijo porque tiene un espíritu que lo ha dejado mudo. Cada vez que lo ataca, lo arroja al suelo, y el muchacho echa espuma por la boca, aprieta los dientes y se queda sin fuerzas. Les pedí a tus discípulos que lo expulsaran, pero ellos no pudieron” (Marcos 9:17, 18).

Al parecer, los escribas critican a los discípulos y los dejan en ridículo porque no pudieron curar al muchacho. Así que Jesús, en vez de responderle al angustiado padre, le dice a la multitud: “¡Esta generación retorcida y sin fe! ¿Hasta cuándo voy a tener que estar con ustedes? ¿Hasta cuándo voy a tener que soportarlos?”. No hay duda de que dice estas palabras tan fuertes pensando en los escribas que discutían con sus discípulos mientras él estaba en la montaña. Entonces, dirigiéndose al padre, pide que le traigan al muchacho (Mateo 17:17).

Cuando el muchacho se acerca a Jesús, el demonio que tiene dentro lo arroja al suelo y le provoca convulsiones muy fuertes. El muchacho empieza a revolcarse y a echar espuma por la boca. “¿Desde cuándo le pasa esto?”, le pregunta Jesús al padre. A lo que este le dice: “Desde que era pequeño. Muchas veces el espíritu lo echa en el fuego o en el agua para matarlo”.  Y luego le ruega: “Si tú puedes hacer algo, ten compasión de nosotros y ayúdanos” (Marcos 9:21, 22).

El padre está desesperado porque ni siquiera los discípulos de Jesús han podido hacer nada. Así que Jesús le responde con unas palabras que le infunden ánimo y confianza: “¡Eso de ‘si tú puedes’…! Todo es posible para el que tiene fe”. Enseguida, el padre exclama: “¡Tengo fe! ¡Pero ayúdame a tener más fe!” (Marcos 9:23, 24).

Jesús, al darse cuenta de que una multitud viene corriendo hacia él, reprende al demonio delante de todos diciéndole: “Espíritu mudo y sordo, ¡te ordeno que salgas de él y no vuelvas a entrar más!”. Pero, antes de salir, el demonio hace gritar al joven y le causa muchas convulsiones, tras lo cual el muchacho se queda completamente inmóvil. De hecho, muchos empiezan a decir que está muerto (Marcos 9:25, 26). Sin embargo, cuando Jesús lo toma de la mano, se levanta, ya curado (Mateo 17:18). Como es lógico, la gente se queda impactada al ver lo que Jesús acaba de hacer.

Hace algún tiempo, cuando Jesús envió a los discípulos a predicar, estos pudieron expulsar demonios. Así que ahora, en una casa, le preguntan en privado: “¿Por qué no pudimos expulsarlo nosotros?”. Jesús les explica que fue debido a su falta de fe y les dice además: “Esta clase de espíritu solo puede salir con oración” (Marcos 9:28, 29). Para expulsar a ese demonio tan poderoso, tenían que tener mucha fe y orar a Dios para que los ayudara a hacerlo.

Jesús concluye: “Les aseguro que, si tienen fe del tamaño de un grano de mostaza, podrán decirle a esta montaña ‘Muévete para allá’ y se moverá; nada les será imposible” (Mateo 17:20). ¡Cuánto poder tiene la fe!

Los obstáculos y dificultades que enfrentamos en nuestro servicio a Dios pueden parecer tan grandes y firmes como montañas. Pero, si cultivamos una fe fuerte, podremos superarlos.

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